Ultimamente me compadezco excesivamente de mí mismo, tenía mecanismos para reprimir este estado de ánimo pero los estoy perdiendo. Mi carácter, esos rasgos personales elaborados concienzudamente durante años se están diluyendo con la tristeza y la falta de futuro.
El tan preciado presente vive malos momentos, no sé cómo incorporarlo, en vez de disfrutarlo parece que lo estoy sufriendo, puedo decir sin pudor que no me gusta mi vida. Siempre habrá alguien que estará peor que tú, siempre habrá alguien que te dirá que no te puedes quejar. Yo ya no me quejo, constato que llevo una vida de mierda.
Sé lo que tenía antes y sé lo que no tengo ahora. Los amigos y todo lo que lleva consigo se han ido al garete. Los manidos besos y abrazos se han perdido, la complicidad con ellos ya no existe, no me acompañan ni en los momentos buenos ni en los aburridos, simplemente ya no están.
Es probable que sea culpa mía, en tiempos difíciles hay que ser más valiente y yo no lo he sido, tenía que haber superado esos miedos y haber considerado más importante el amor que me daban que la falsa seguridad de un aislamiento voluntario.
A esta ausencia se suma un presente que está devorando el futuro que había planeado, aprendí a soñar con futuros factibles que estaban estrechamente unidos a un presente de actividad e ilusión. En esta situación no sé cómo engañarme y darle a mi existencia un sesgo más optimista, no tengo presente, no tengo futuro, ¿qué me invento para ir tirando?
Tal vez podría recurrir al amor, un amor no doméstico, un amor excitante que me haga olvidar la realidad y me sumerja en un mundo de ensueño. Difícil, para ello tendría que enamorarme y mi cuerpo no sé si me permite segregar la cantidad suficiente de dopamina para sentir la euforia del enamorado.
O tal vez podría experimentar una de esas vidas que nunca tuve el valor de vivir. Admiraba a los hombres que habían sufrido el desamor y habían caído en las garras de la desesperación y el alcohol para sobrevivir y poder contarlo.
No haría falta que me rompieran el corazón, bastaría con incorporarme a una vida de borrachín controlado para que no me partieran la cara y hundirme poco a poco en un agujero de desesperación, el absentismo laboral y la indigencia me llevarían a la calle. El final me parece horrible, creo que es uno de los destinos más duros que me puedo imaginar.
Seguramente lo más sencillo será esperar a que las vacunas vayan minando el covid y la inmunidad de rebaño nos alcance, entonces será el momento de evaluar los daños y hacer un plan de rescate.
¿Será suficiente con volver a nuestras rutinas anteriores a la pandemia para recuperar a los amigos? Tengo dudas, tantos meses de aislamiento me han quitado la poca rasmia que me quedaba para salir los sábados a tomar cañas. Me pregunto de qué vamos a hablar, hemos perdido las vivencias que teníamos en común y que nos daban el contexto para comunicarnos. Nos estamos convirtiendo en desconocidos, en sujetos de mirada insignificante.
A mis pesares de egocéntrico debo sumar el desasosiego que me produce la crispación y la desigualdad provocados por la malaleche y un sistema cada vez más cuestionado. A pesar de mi aptitud quejumbrosa soy un ferviente defensor de la res publica, no quiero que socaven el estado de bienestar, todo lo contrario, desearía reforzarlo.
Tengo que admitir que he cambiado y que no podré recuperar mi vida, tengo que reconocer que millones de ciudadanos, como en la crisis pasada, caerán en el agujero de la pobreza, esta certeza me desconsuela y me angustia.
Ahora no pienso en el futuro, no lo veo, pero sigo trabajando en él. Cuando el presente sea más habitable, me incorporaré a una vida que sume lo mejor que teníamos antes con una aptitud más responsable con la naturaleza y más comprometida con lo colectivo, por fin he entendido que debo cambiar.