La mujer del velo rojo

Fotografía de Griselda Ramírez

Entró con paso decidido y movimientos nerviosos, un hiyab rojo enmarcaba un rostro blanqueado por el cuidado de una piel apenas expuesta al sol. Sus ojos castaños, de mirada intensa y penetrante, provocaban cierta inquietud entre aquellos que la observaban. Se llamaba Fátima, era la última refugiada afgana que había llegado a la asociación.

Le dieron alojamiento en un pequeño estudio de la calle Predicadores, le presentaron a algunos de los contactos que podía necesitar para atender a la logística doméstica y le invitaron a zambullirse en el barrio, del resto se encargaba la Asociación que ya había iniciado el laborioso y tortuoso camino para solicitar asilo político.

Hablaba inglés y se entendía con dificultades en castellano. Le propusieron trabajar en el gabinete de prensa de una ONG especializada en refugiados que tenía oficina en Zaragoza. Había sido periodista en su país y testigo directo del brutal retroceso de los derechos de las mujeres afganas.

A pesar del trato amable y el sosiego que manifestaba, no podía ocultar algunos rasgos menos afables de su carácter ni la rabia que sentía. El regreso de los talibanes y la actitud internacional ante la situación del país habían teñido de amargura su carácter y habían velado sus ojos con una profunda tristeza. 

En pocas semanas se sumergió en una cotidianidad llena de actividad, su trabajo en la ONG, las reuniones casi diarias en la Asociación, la elaboración de informes y proyectos, … Apenas si tenía tiempo libre para relacionarse con personas ajenas a su mundo de refugiada. En muy poco tiempo ya estaba viviendo en una realidad ajena al mundo que le quitó su dignidad y la obligó a huir del país.

Aquel viernes llegó a la asociación muy alterada, repetía sin cesar que habían asaltado el estudio y la estaban persiguiendo. Tardó un rato en sosegarse, comentó que la noche anterior encontró la vivienda destrozada, cajones y ropa por el suelo, colchón y sofá rajado, lámparas arrancadas, parecía que lo único indemne que había quedado era la vajilla del armario de la estrecha cocina. 

La semana anterior, un personaje siniestro que vestía un traje marrón que le quedaba grande y que llevaba una barba demasiado familiar, apareció por la Asociación. Apenas pudieron verle, desapareció súbitamente sin mediar palabra. La sospecha de que venían a por ella les empujó a tomar precauciones.

En España la embajada de Afganistán estaba prácticamente cerrada, solo algunos administrativos y personal de mantenimiento hacían esfuerzos ímprobos por no cerrar el edificio, tal vez alguna de las personas afín al régimen talibán mantenía relaciones encubiertas con Kabul.

Acudió a la comisaría de Delicias para denunciar el hecho. Después de una larga espera la invitaron a pasar a una estancia pequeña y mal ventilada. Una agente le pidió que se sentara y que iniciara el relato de su denuncia. Cuando Fátima intentó explicar las circunstancias especiales que rodeaban a su persona, la agente la cortó y le pidió que se ciñera a los hechos, que describiera lo que había visto en la vivienda y que indicara lo que habían sustraído.

 

Un año antes

Unas semanas antes de la caída de Kabul, un numeroso grupo de mujeres dejaron sus trabajos y se recluyeron en sus casas incorporándose a una rutina doméstica afín a la sharia. Se vistieron de nuevo con el Burka, borraron su nombre de pila y volvieron a retomar el viejo mandato de ir acompañadas por la calle con un pariente. Entre ellas se encontraban periodistas, activistas que trabajaban en ONGs dependientes del Ministerio de la Mujer, empleadas de Grandes almacenes, salones de belleza y trabajadoras domésticas de grandes casas.

Cuatro meses después de la entrada en Kabul de los talibanes, un informe confidencial de los servicios secretos británicos daba cuenta de dos hechos relevantes. El director de la oficina central del Ministerio de Propagación de la Virtud y prevención del Vicio en Ghazni, había sido degollado. En Kabul, el Jefe de la Inteligencia Talibán había sido hallado muerto en una finca de recreo a las afueras de la capital, también con el cuello rajado.

El informe aludía a un enfrentamiento en la cúpula del Gobierno Talibán que se había ido de las manos. Los partidarios del mulá Baradar intentaban ganar influencia frente a la familia Haqani. Como resultado de la conspiración, un hombre había sido ejecutado. 

A finales de diciembre, varios altos cargos del Gobierno y representantes de las dos ramas en pugna, se reunieron en Bagram, a 60 km de Kabul, para buscar un equilibrio que no diera al traste con el actual Gobierno. Las mismas fuentes indicaron que el resultado no fue satisfactorio para los partidarios del mulá Baradar.

En Enero, otro alto funcionario del Ministerio del Interior fue encontrado degollado en una caseta de labranza en las afueras de Kabul, el cadáver llevaba varios días sin vida. Sirajudin Haqani, Ministro del interior perdió la paciencia, aquel mismo día mandó encarcelar a varios altos funcionarios seguidores del mulá y amenazó con ejecutarlos.

Tuvo que intervenir Mohamed Hasan Ajund, el primer ministro. En una reunión conjunta al más alto nivel, se empezó a sospechar que estas muertes nada tenían que ver con la pugna desatada en el Gobierno. Elementos ajenos al régimen estaban conspirando para desestabilizarlo. 

El ministro del interior desató una caza de brujas, decenas de hombres fueron encarcelados y torturados. Cientos de confesiones y delaciones dieron lugar a más detenciones, no quedó sospechoso por encarcelar, tenían la certeza de que la amenaza había sido conjurada.

Estos informes fueron filtrados y publicados por un periódico británico alarmando a la comunidad internacional de la grave represión que estaba sufriendo el pueblo afgano. La noticia trascendió en distintos medios españoles generando la alarma entre la colonia afgana en España.

El seis de marzo por la noche, el Jefe de la policía religiosa fue asesinado en la capital. En las primeras horas de la madrugada del día siete, ocho mujeres y cinco hombres salen de Kabul al amparo de la oscuridad. Después de cuatro horas de viaje, una vez pasada Jalalabad, un control obliga a parar a la furgoneta. A todos los hombres les pidieron la identificación, el portavoz del grupo, a pregunta de uno los guardianes, respondió que iban a la boda de su prima, en Nâder. Después de algunas deliberaciones permitieron que la furgoneta iniciara la marcha.

Una vez en Torkhan, muy cerca de la frontera, abandonaron el vehículo. Un hombre les esperaba para trasladarlos hasta el linde. Después de caminar durante dos horas cruzaron a Pakistán, un autobús de las líneas regulares los trasladó a Peshawar poniendo fin a un viaje de pesadilla e iniciando una diáspora llena de dificultades.

Después de varias semanas, Fátima consiguió llegar a Zaragoza, el resto de compañeras prefirieron solicitar asilo en Suecia y el Reino Unido.

 

Un informe confidencial, emitido el 2 de junio y publicado también por el mismo periódico británico, sostenía que varias grupos de mujeres permanecían ocultas con el objetivo de atentar contra la vida de altos funcionarios talibanes. El mismo informe afirmaba que el Ministerio del Interior Afgano había desechado la idea de la existencia estos grupos de mujeres por insensata.

La difusión de esta noticia tuvo graves consecuencias, las refugiadas afganas se convirtieron en sospechosas de actividades terroristas y en objetivo del régimen Talibán. La Asociación fue clausurada y la ONG en la que trabajaba cerró sus oficina en Zaragoza por orden gubernamental.

Fátima dejó su estudio, ni siquiera se despidió de sus colaboradores, y se sumergió en la sombra, desapareció. La última vez que la vieron fue en la Comisaría de Delicias, el día 27 de julio una cámara grabó la salida del edificio.

El 2 de agosto un cadáver apareció en la orilla de río Ebro, a la altura del azud de Las Fuentes, con signos visibles de haber sido degollado, era un varón de unos 40 años, de ted morena y larga barba. No pudo ser identificado.