Un enano en el jardín

Habíamos adquirido la costumbre de ir caminando a la colonia felina que gestiona Pili. Aprovechábamos la salida para pasear por el canal hasta el puente de Bárboles y volver de nuevo a casa. Cargábamos en una mochila dos botellas de agua, un saquete de pienso y una lata de comida blanda. Cuando alcanzábamos la colonia, los gatitos corrían y saltaban de regocijo alrededor de Pili, cuando acababa con la distribución del agua y la comida, seguíamos con la ruta.

En uno de aquellos paseos vimos, muy cerca de los contenedores de basura, un grupo de enanitos de arcilla comiendo y bebiendo en torno a una mesa, y un enano más grande que observaba al resto con superioridad. Estaba claro que se habían desecho de esos simpáticos seres pero no habían querido arrojarlos al contenedor de basura, esperaban, como ocurre con otras especies, que algún paseante los adoptara.

Decidimos adoptar al enano grande, lo ocultamos en la mochila y lo introdujimos en la urbanización clandestinamente, estaba penalizado tener enanos de jardín. Un vecino, que inocentemente presentó a su enano en el wasap, sufrió durante semanas un montón de chistes, algunos de mal gusto.

No quisimos correr ningún riesgo, lo dejamos al fondo del jardín, junto a un macizo de  flores multicolores y una fuente solar, estaría rodeado de belleza y no le faltaría agua, algo que los enanos suelen agradecer.

A la semana siguiente, en otro viaje a la colonia felina, comprobamos que el grupo de enanitos ya no estaba, también habían sido adoptados por algún alma caritativa. Nos tranquilizó saber que de nuevo podrían disfrutar del cariño y de las atenciones que se merecían.

Nuestro enano estaba muy descolorido, se notaba que ya no lo querían. Esta es una de las características de estos entrañables seres, cuando los dueños se cansan de ellos empiezan, primero, a perder el brillo, después el color.

Poco a poco se fue contagiando de los colores y aromas de las flores que tenía alrededor. Empezó a disfrutar de la compañia y el placer de ver bañarse a las aves que aterrizaban en la fuente, gozaba observando el chapoteo de palomas, gorriones y estorninos. Sí, definitivamente nuestro enano estaba mejorando sustancialmente, no solo estaba más colorido sino que el brillo empezaba a reflejar los rayos del sol.

Nos acostumbramos a su presencia risueña y pausada, a sus formas cambiantes provocadas por los brillos y sombras del sol, a una sabiduría ancestral que encajaba perfectamente con la naturaleza de nuestro jardín. Las flores lucían sus mejores galas y las abejas revoloteaban graciosamente diseminando el preciado polen, la sonrisa del enano se hizo omnipresente.

Estábamos sorprendidos, pasado un tiempo los gatos dejaron de perseguir a las palomas, las aviesas picarazas dejaron de atacar a los gorriones, las flores se mostraron menos altivas con los árboles, un ambiente de serenidad y placidez convirtió el jardín en un remanso de paz.

Pensamos que el enano había jugado un papel fundamental en la transformación de nuestro jardín, de alguna manera había influido para que todo y todos, incluidos nosotros, contribuyéramos a crear ese espacio de paz y belleza. 

Aquélla fue una noche extraña surcada de pesadillas y plagada de duermevelas. Nos levantamos agotados, muertos de sueño y con un humor extraño. Un cielo gris anunciaba tormenta mientras un viento racheado del norte nos devolvía a los fríos días de invierno.

Barruntamos una desgracia, algo había ocurrido, una sensación de desasosiego y miedo nos invadió. Nos dirigimos al fondo del jardín, el enano no estaba, nos volvimos locos buscándolo pero no lo encontramos, había desaparecido.

No nos sorprendió lo que vino después. Una feroz tormenta de granizo y viento se desencadenó, las piedras de hielo arrasaron con una violencia extrema las plantas, el vendaval derribó con una fuerza descomunal el árbol más frondoso del jardín, hasta el toldo que nos protegía de los calores veraniegos escapó volando peligrosamente hacia Torre Medina.

Una vez pasada la tormenta pudimos comprobar los daños causados, nuestro paraíso había desparecido, sólo quedaban restos de vegetación y destrucción. La tormenta no había respetado nada, ni la fuente permanecía en su sitio, la encontramos colgada de la rama de un árbol. La desolación se apoderó de nosotros.

Al día siguiente, a pesar del desánimo, seguimos la rutina de otros días, nos dirigimos a realizar la visita habitual a la colonia felina. Cuando nos acercamos a los contenedores de basura, encontramos a nuestro enano en el suelo apoyado en un poste de teléfono, nos quedamos horrorizados, lo habían decapitado.