Una notificación inoportuna del móvil me acaba de recordar que hoy cumplo 87 años. No tengo ganas de levantarme, me duele todo, pero como todos los días me esfuerzo por incorporarme a un mundo que ya no me pertenece. Después de levantarme y asearme, me he dirigido a la cocina para ingerir el desayuno de siempre: tostadas untadas de aceite con un vaso de leche y una cuchara de cola-cao.
Una vez finalizada la ingesta y realizado unos leves estiramientos recomendados por mi vecino, me siento un poco mejor, el cuerpo se espabila y empieza a seguir mis instrucciones sin enfurruñarse excesivamente por las sempiternas molestias.
A pesar de encontrarme bien, si no cuento con la incordiante artrosis, he renunciado a las labores de mantenimiento, al tan preciado bricolaje de la casa, la vista me traiciona constantemente y un temblor impertinente de manos hace imposible el uso eficiente de las herramientas.
Lo qué sí hago, a pesar del cansancio y la torpeza de las piernas, es pasear todos los días durante una hora, quiero mantenerme en forma, aunque sea una forma física cargada de decrepitud. A lo largo de los últimos años me he acostumbrado a exigirle a mi cuerpo el esfuerzo necesario para no caer en la dejadez propia de esta edad.
En cambio no he realizado los esfuerzos necesarios para socializarme, sigo teniendo problemas para comunicarme con las personas de carne y hueso, incluso esto ha empeorado, mi mal oído ha creado una sólida barrera entre mis interlocutores y yo, tengo que poner mucho interés para enterarme de lo que hablan, poco a poco abandono la conversación y dejo de escuchar acabando en un aislamiento relativamente cómodo.
Para compensar ese déficit en las relaciones sociales, he recurrido a los mundos virtuales. Me he creado una identidad donde poder interactuar sin las molestias de la presencialidad. A pesar de mi vocación de mentiroso he rodeado a este personaje de cierta honestidad aunque le he quitado unos cuantos años, no quiero que piensen que mis disparates sean tomados por un síntoma de deterioro cerebral, prefiero que crean que soy una persona ocurrente.
Una de mis actividades preferidas es viajar. No me gustaba, pero ahora se ha convertido en uno de mis placeres más preciados. Me ajusto con cierta dificultad las gafas de realidad virtual aumentada y me sumerjo en los mundos que mis viejos amigos han visitado en alguna ocasión.
En mi primera visita a Vietnam, he vuelto en varias ocasiones, tuve la opción de elegir varios entornos, me decidí por los campos de arroz aterrazados en el distrito de Mu Cang Chai, en la cordillera del noroeste del país. En un paisaje espectacular las campesinas cultivan el arroz que después se destinará al resto del país y a la exportación.
Lo que más me impresionó fue la proximidad, los primeros planos, el esfuerzo y el sudor que destilaban las imágenes de las campesinas en las terrazas de los arrozales. Tras una actividad agotadora las mujeres regresaban a sus humildes casas para continuar con las labores del hogar.
Era conmovedor observar esas figuras frágiles reunidas en torno a las humeantes tazas de té acompañadas de conversaciones, risas y gestos relajados, aunque en sus rostros se atisbaba una sombra de inquietud, una voz en off señalaba la preocupación de las campesinas por el bajo precio del arroz.
Para no alejarme excesivamente de este mundo, procuro hacer como máximo un viaje a la semana. Es más, cuando finalizo el viaje procuro acudir a un banco soleado para charlar con alguien, necesito romper el hechizo de la aventura y escapar de mi mente, ella se ha convertido en mi principal aliada pero también en una tirana peligrosa, hago muchos esfuerzos para no quedarme definitivamente encerrado en ella.
No he renunciado al placer de los libros, antes leía todos los días, ahora, ni con ayuda de las gafas leo con comodidad, me resulta muy costoso. He probado los audiolibros y me han gustado, aunque no sé hasta cuando podré usarlos, la sordera avanza inexorablemente. Tengo la esperanza de que los audífonos de última generación me permitan oir libros hasta el fín de mis días.
A veces me sorprendo rememorando los acontecimientos reales y ficticios del día, creo que con el único objetivo de tejer una coartada que me invite a pensar que estoy viviendo, que tengo un presente. A veces consigo creérmelo, otras no, en cualquier caso ha dejado de tener importancia.
Aún me pregunto por qué sigo vivo. Creo que son las cenizas de una vieja ilusión las que todavía me empujan a curiosear y explorar esos mundos virtuales. También me mantiene vivo estar alejado del estigma de la vejez, por eso me escondo detrás de un personaje ficticio, no puedo soportar la mirada displicente de mis congéneres más jóvenes.
De momento sigo apostando por la vida aunque de una manera poco seria, la he banalizado, como si fuera un juego. Mi pretensión es seguir jugando hasta que las fuerzas me abandonen o el aburrimiento acabe conmigo.
Hoy estoy especialmente aburrido, llevo varios días sin asomarme al ordenador, no me apetece viajar, tampoco escuchar libros, hasta las tostadas de pan con aceite me aburren. En momentos así me enredo en pensamientos obsesivos, llevo varios días intentado dar con un epitafio ocurrente y solo se me ocurren chorradas.
He llegado a la certeza de que la muerte es mi mejor aliada. Me acompaña y me da seguridad en un mundo de sentidos precarios y futuro evanescente, me aporta una paz de viejo sin esperanza que me ayuda a trascender la realidad y perderme en una nebulosa poblada de imágenes amables. Algún día, no tengo prisa, me despediré y me fundiré en un sueño largamente esperado.